En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Juan 7:37-38.
Los áridos parajes de Samaria fueron, en cierta ocasión, testigos de una conversación de tan gran importancia que quedaría registrada para siempre en los anales de la historia sagrada.
En la ciudad de Sicar, lugar en donde se encontraba la heredad que el patriarca Jacob dejó a su hijo José, el buen maestro Jesús se sentaba junto al pozo, fatigado por las inclemencias del camino. A su vez, una mujer de Samaria sin parecer hacer caso de la presencia de aquel hombre se acercó al pozo para sacar agua, sin sospechar que aquel extendido silencio se rompería con el sonar de las palabras “Dame de beber” (Juan 4:7).
Esta sencilla petición retiñó a oídos de la samaritana de tal modo que solo pudo aludir inmediatamente la restricción social que existía entre ambos, puesto que “judíos y samaritanos no se tratan entre sí” (v.9). Jesús, aparentemente sin prestar demasiada atención a esto, respondió: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva”.
Notablemente impresionada, la mujer no pudo sino formular preguntas con respecto a esa agua viva que su interlocutor le estaba ofreciendo: “Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?”. Con su incomparable templanza, el Salvador respondió con firmeza: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. (v. 13-14).
Al encontrarse con esta historia por primera vez, el lector podría fácilmente manifestar el mismo sobrecogimiento de la mujer samaritana al escuchar sobre esta fuente de agua que salta para vida eterna. Sin embargo, y lejos de ser la única ocasión en la que Jesús utilizó este lenguaje, tenemos en la misma fuente joánica evidencia suficiente para conocer el trasfondo del discurso de aquel que habló como jamás hombre alguno ha hablado.
En otra oportunidad, en pleno clímax de la celebración de la gran fiesta de los tabernáculos: “Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Juan 7:37-8). Esta vez, para beneficio del lector, el escritor bíblico añade al relato la interpretación de aquellas categóricas palabras del maestro: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” (v. 39).
El impacto del discurso fue inmediato, y enseguida una gran disensión se despertó entre las gentes por causa de Él. No obstante, Jesús no había introducido una enseñanza que no estuviera ya inmersa en las Escrituras. Al contrario, su declaración armonizaba a la perfección con las promesas emitidas siglos antes por Dios usando como medio a los antiguos profetas de Israel.
Podríamos mencionar, por ejemplo, al profeta Ezequiel, quien fungiendo como portavoz del Dios eterno, y usando la misma figura que luego emplearía el mesías escribió: “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré” (Ezequiel 36:25). Basta solo con leer los versos subsiguientes para conocer en qué consiste este proceso de purificación: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (v. 26-27).
¿Qué es esto sino la descripción de la promesa del nuevo pacto anunciado por el profeta Jeremías?: “Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Jeremías 31:33). A su vez, son estos los mismos términos planteados por Dios a Israel en Deuteronomio 30:6: “Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas”.
Jesús tenía razón: el agua que le ofreció a aquella prejuiciada pero receptiva mujer en Sicar saciaría su sed para siempre. Aunque tuviese nuevamente necesidad física por el vital líquido, su corazón sería hecho nuevo por medio del Espíritu, sus antiguas pasiones serían dominadas por el poder prometido en Cristo, sus influencias estarían destinadas a señalar a aquel que, siendo levantado, a todos atraería a sí mismo, de manera que todos los que le escucharon posteriormente declararon: “Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo, el Cristo” (Juan 4:42).
La misma fuente de agua viva que se le ofreció a la mujer junto al pozo de Jacob está disponible para nosotros hoy. Las promesas del pacto eterno ratificado en los méritos de Cristo desde la fundación del mundo se hacen patentes para todo aquel que, con deseo sincero, reconoce que no posee fuerzas inherentes para cambiar, ni siquiera para entregar a Dios un corazón manchado por el pecado.
Con el irresistible llamado del Salvador, la familia humana tiene a su disposición todo el poder otorgado por el cielo para nacer de nuevo en agua y Espíritu. Hasta las más herméticas cadenas que mantienen al desdichado hombre esclavizado al pecado pueden romperse por la acción de aquel que con su palabra resucitó muertos. La sed que ninguna fuente humana puede mitigar es saciada , y quien bebe de esta fuente es hecho nueva criatura en Cristo. “Al que tenga sed le daré a beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida”. (Apocalipsis 21:6).
Dios tiene sus hijos en todas partes, y tu eres uno que lleva a las personas al balde de agua de vida, para que tomemos gratuitamente., sigue porque no pararas hay muchas calzadas que enderezar.,y muchos portillo que reparar., que Jehova de los ejércitos te bendiga y prospere. !!